viernes, 1 de junio de 2012

Y después de tantos años...

Amanecí de nuevo en ese cuarto madrileño, una mañana de principios de aquel frío octubre. El calendario rezaba "2 Octubre 2020". En el piso olía a café y soledad. Las paredes estaban impregnadas de frío y no había rastro alguno de hogar. Me encontré yo sola, con mi maleta y notas por toda la casa, "post-its" que gritaban tonterías escritas por una compañera de habitación, a la que me atrevía a llamar amiga. Sería la última vez que mis zapatos pisarían ese suelo. Ya había concluido mi carrera universitaria.
Los años anteriores habían sido tenues, efímeros. Habían transcurrido con hombres a los que les utilizaba como accesorios, montañas de hojas por estudiar, minutos con mis amigos y por esos recuerdos que no ponían pegas por volver a aparecer delante de mi puerta. Intenté esquivarlos, pero a veces era casi utópico.
Cogí un taxi que me llevara a Barajas. Quería evadirme un poco de todo lo que me había perseguido durante los últimos 5 años.
Al llegar aguardé a mi nuevo destino sentada en una de esas sillas tan antiestéticas que todos los aeropuertos adquieren. Un chico alto, con los ojos color miel y el pelo misterioso, como si de un eclipse se tratase, se sentó a mí lado. Aprecié que me examinaba, y que, me miraba fijamente y con un detenimiento científico mi rostro. Me torcí para estudiar de quien se trataba... Y después de tantos años, ahí estaba, sentado en aquella horrible silla gris... Y llevaba el mundo con él.
- Sigues tan guapa como siempre -dijo con una de esas sonrisas suyas
Siempre he pensado que algunos días, determinados momentos, condicionan que llegarás a ser en tu largo camino a recorrer. Y sin duda, esa fecha fue la que transformó mi vida. Tenía los ojos más brillantes y claros, su color café había desaparecido pero, su moreno infinito proseguía en su piel y pelo. Me contó que partía rumbo Washington, para cumplir su gran sueño de ser un distinguido escultor.
- Llevaba años sin verte pero, hay rosas que nunca se marchitan - volvió a hablar
- No imaginaba volver a verte, pero el destino nos ha citado aquí. Pero sigues siendo aquel, ahora vestido de hombre... Pero reflejas esas ganas tuyas de volar - confesé
- Sabes que nunca creí en el destino. Las cosas no pasan por que estén escritas. Sólo es azar. Pero sé que te amé infinitamente y que dentro de mí, siempre habrá hueco para ti- dijiste convencido
- Aún no entiendo por que nos separamos - sollocé
Y de repente, el tiempo se paró, los relojes se callaron y me besaste. Un conjunto de reacciones indescriptibles se apoderaron de mí. En ese momento comprendí que los mejores momentos en veinticinco años habían sido junto a él y que el resto, importaba, pero había sido fino y sutil y que mi mente sólo tenía espacio para él. Adiviné que sólo había amado de verdad una vez  y que ahora ya no me permitiría volver a perderle.
Me dio la mano y supe que, finalmente, permanecería en ese tren como su acompañante hasta el fin de mis días.

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4 comentarios:

  1. Madre mía mi niñina!!! Pero cómo escribes... Pones la piel de gallina. Así que Ponferradina. Yo soy medio paisana tuya... Un besazo guapísima, ya te sigo. Me rechifla tu blog. Besines

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  2. Me encanta como escribes, dan ganas de leer más y más, te sigo!

    http://onedaytwopeople.blospot.com/

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  3. Ha sido muy bonito y él ha dicho muy bien una gran verdad (para mi, claro) y es que el destino no existe, solo es azar.

    Besos!

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  4. Qué boníto el blog, ya te sigo guapa!
    ¿quieres pasarte por el mío y seguírme? Un besíto!

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