viernes, 16 de septiembre de 2011

El libro y las viejas fotos de Adrienne




Y llegó de nuevo el cálido Agosto.

Era su mes preferido del año, no se asomaban ningunas nubes, la temperatura era perfecta, todo era muy apetecible, salvo que esa extraña melancolía se adueñaba de ella.
Se levantó del sillón del porche, había leído su libro favorito, Los puentes de Madison County. Amaba ese relato, le aludía a la propia historia de su vida, que por corta que hubiera sido, había sido lo único que de verdad tuvo, Morrie. Entonces, como siempre por aquella época, volvía a recordar…
Llegó la mañana más calurosa de Agosto, y quizá del año. Ella leía como de costumbre, en el viejo asiento de la también veterana galería.
Se prevenía un día tranquilo: terminar su libro, preparar la comida, la cena, cuidar a su hija… la misma que nunca llegó a conocer a su progenitor. Les abandonó, huyó lejos de las ataduras que suponía formar una familia, de la seriedad que debía construir en una nueva vida que para nada le atraía. Habían pasado ya diez largos años de esa despedida… ella nunca le quiso con ese amor loco, con ese sentimiento imparable, más bien fue algo corto y pasional, que acabó con un embarazo que nadie deseaba. Con el paso de los años se percató que la pequeña Annie había sido el mejor regalo, el mejor auxilio, lo mejor de sus días, junto al gran amor de su vida.
Morrie aparcó su Jeep delante de la casa, y bajó como un forastero más. Nunca había pisado las tierras de Rogersville, condado de Hawkins, Tennesse, pero le pareció un lugar tremendamente acogedor y hogareño. Observó la casa, y vio a una mujer, de unos 35 años. Caminó con pasos lentos y algo tímidos, Adrienne, que así se llama la mujer, se percató de su nueva visita, dejó su relato y sonrió lo más que pudo.
Tomaron café y charlaron acerca de los hechos que marcan su vida.
Morrie tenía 47 años, era del condado de Alabama y se había criado allí, su ocupación no era ninguna en particular, aunque le gustaba ver coches antiguos y repararlos, pero jamás diría que era bueno en eso. No tenía nada en su vida que brillase o que para él mereciera darle alguna importancia. Pero aquella mañana, su vida cambió por completo.
Adrienne gozaba de unos buenos 38 años, era griega, pero en plena Segunda Guerra Mundial y también en el momento más rebosante de su adolescencia, se escapó de la vieja ciudad en busca de nuevas oportunidades en aquel mundo, que ni era tan nuevo, ni tenía tanto que ofrecer. Su vida hasta el momento había sido implacable, había criado a una niña revoltosa y no tenía a nadie más, pero algo se transformó también aquella calurosa mañana de agosto.
Sólo pasaron juntos 7 meses, después Morrie se fue con su cáncer y el mundo se despidió de él.
Para Adrienne fue el mejor saludo y la peor despedida, fue el calor del día y el frío de la noche, fue su cuidador, su mejor profesor, la risa de los desayunos y las carcajadas de la noche, fue sus paseos y sus bailes bajo la lluvia, fue como la historia de los libros que tanto le gustaban, salvo que hubiera preferido cualquier otro final, por ello siempre leía aquella obra, de esa historia entre un fotógrafo y una simple ama de casa, cuyo amor vivió apenas 2 semanas, en aquella pequeña ciudad, Madison County, tan parecida a la propia historia de su vida.
Le iba a querer siempre, e iba a estar con algo que ella siempre llevaba consigo, su corazón.
Intentó volver a su realidad, cerró su libro y sacó las viejas fotos, las observó y vio lo feliz que había sido a su lado, ahora era lo único que le quedaba junto a sus grandes recuerdos y el dulce sabor de haber probado el verdadero amor.

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